30 abril, 2008

Cuento para antes de dormir


Hace ya un tiempo (puede ser un año, pueden ser diez), apareció en un rincón de la ciudad como brota un cardo en medio del campo, así, de repente. Nada se sabía entonces de su vida. Poco se sabe ahora. Simplemente, un extraño.


Tampoco se conocía su nombre. "El hombrecito", lo llamaban. Alto y delgado (largo, muy largo). El cabello rubio y rizado (rubio, muy rubio). Ojos claros e intrigantes, muy intrigantes. ¿De dónde vendría? ¿Qué querría? Se lo solía ver recorrer las calles siempre maleta en mano, como si en ella portara sus secretos; siempre con él, para no perderlos. En uno de esos días (de sol, o de lluvia, quizás) se lo vio acompañado de un pequeño gatito. A partir de entonces, los paseos fueron más frecuentes cada vez. Hombre y gato se hicieron inseparables. “El hombrecito del gato”, lo llamaban. Aunque resultó ser gata… Sutil confusión.

Ha pasado el tiempo, un año o diez, y aún se lo puede uno cruzar por ahí. Maleta a cuestas y el gato al hombro. Paso tranquilo y despreocupado. Mirada firme, a veces divagante; eso sí, siempre intrigante, muy intrigante. Misterioso este hombrecito. ¿Qué llevará en la maleta?

Hoy lo he cruzado por las Ramblas (¿o por la Diagonal?), gato a cuestas —perdón, gata—. ¿Serán sus sueños los que duermen en la maleta? No me animé a preguntárselo. Tal vez no me hubiese respondido. O, quien sabe, me habría dicho: “Un deseo. Sólo un deseo”.
Para Marc, Barcelona, 1992- ©FABIANA FV

25 abril, 2008

La decisión

(O CRÓNICAS DE UNA TARDE DE MAYO)

Sí, era una decisión tomada. La pobre tía se había muerto, sola y hundida en su propia fortuna; pobrecita ella, qué triste, rica y sola en el mundo. Y yo que ni recordaba su nombre. Qué soledad. ¿Soledad? Ah, creo que ese era su nombre.

Me senté una vez más frente a mi fiel Olivetti y miré a mi alrededor: ¿Para qué querría yo más que esa cama deslucida, esa taza de café frío y ese atado de cigarros casi vacío? No precisaba nada más. ¿Qué habría hecho yo con una fortuna en mis manos si apenas había sabido qué hacer con mi vida?

Mi vida. Ay, mi vida. Había sido una maratón de fracasos. Mi alma de escritor nato se había sentido ultrajada por las garras de la sociedad, esa cruel sociedad que me obligaba a venderla al diablo. Años sentado ante esa máquina de escribir que alguna vez supe heredar de mi abuelo, un abuelo al que ni siquiera conocí; mi única herencia, mi amada y amante, mi fiel Olivetti. Años volcando mis sentimientos más profundos en blancas hojas de papel, amarillentas ya. ¿Para qué? Para terminar siendo el columnista estrella de la editorial porno más de cuarta que jamás haya existido. Sin un cobre para poder disfrutar de las gratitudes, qué digo gratitudes, ¡siquiera de los vicios de la vida! Sin un hombro en quien apoyarme en busca de consuelo. Enamorándome constantemente de la mujer equivocada. ¡Ay, esas conejitas express que me partían la cabeza, activaban mis feromonas y destrozaban mi frágil corazón! ¡Cuánta desdicha! Y ahora, heredero. Sí. Evidentemente, era una decisión tomada.

Soledad, creo que era ese su nombre. No tenía a nadie, sólo quedaba yo, su fortuna sería mía, por ley. Vaya ley. Maldita ley. ¿Qué haría yo con una fortuna? No sabría que hacer con ella. Nunca había tenido nada, no sabría como manejarlo. Continuaría siendo un eterno enamorado y me seguirían rompiendo el corazón. Sufrir, pero siendo rico. Hasta que llegase una que me quitaría hasta los calzones y ¡zas!, vuelta a la pobreza. Y a escribir para revistas de última categoría. A mis raíces, por así decirlo. Sí, definitivamente, era una decisión tomada. Extraje de un tirón la hoja de la Olivetti, la metí en un sobre y al fin salí por la puerta. Era el comienzo de mi nueva vida.

Llegué al fin hasta la oficina de los clasificados con mi sobre cerrado, se lo entregué en mano a la hermosa señorita que me había recibido detrás del escritorio con un profundo escote decorado por una llamativa cruz que colgaba de una cadena de su cuello y le dije, muy convencido de lo que estaba haciendo:

–Por favor, publique ésto.

“Afortunado heredero cede riquezas a quien sepa conquistarlo con sus cualidades innatas.”

–¿Qué es, un casting? Porque así como me ve, yo soy actriz, ésto es sólo un trabajo extra–. La hermosa señorita me regaló entonces su mejor sonrisa, qué sonrisa. Y qué escote.

–No, no. O sí… Bueno, algo así. Digamos que es como un casting para buscar un heredero. Publíquelo como destacado por favor, es bastante urgente.

–Pero ¿qué? ¿Se va a morir?

–No no. O sí… La verdad que no lo había pensado. A ver, morir… morirme. ¡Claro, cómo no se me había ocurrido! Si igual, no tengo futuro.

–¡Pero es rico! ¿Es lo que dice aquí o leí mal? No lo entiendo. Si es dueño de riquezas, es obvio que es dueño de un buen futuro…

La hermosa señorita estaba sorprendida y decepcionada a la vez. No entendía nada. Es que no podría ella comprender jamás lo que me estaba sucediendo, me invadía un escalofrío interno espantoso. De repente hacerme millonario de un día para el otro sin haberlo esperado y mucho menos buscado. Sin expectativas. Sin un plan. ¿Eso significaba tener futuro para esta señorita y para el mundo? ¿Y la tía Soledad qué? ¡Mírenla ahí a la pobrecita ya convertida en alimento para los gusanos, sola y con un único heredero quien ni recordaba su nombre!

¡Un momento! Si estaba pensando en morirme, ¡epa! ¡Ahora sí tenía un plan! Ey, no estaba nada mal, ya las cosas cobraban otro sentido. Solamente debía planificar mi muerte ¿Sería capaz de resolverlo solo? Tal vez debería pedir ayuda, a la hermosa señorita de la cruz en el pecho, por ejemplo; ella era actriz, seguramente tendría ideas, habría leído muchos guiones. O no. Tal vez podría escribir un guión para mí, o lo escribiría yo mismo, en mi Olivetti… Bueno, daba igual. Lo que importaba era rescatar que no todo es negro en la vida. Analizando el caso: ¿quería seguir sufriendo o qué? ¿Sería víctima? ¿Sería mártir? Podríamos hacer que fuese una muerte dolorosa, como para aportarle dramatismo. Un poco de sufrimiento no estaba mal, la sociedad solía conmoverse con esas cosas. Luego dejaría una carta buscando un culpable. Podría ser la editorial: abusaron de mi talento y me explotaron. Después de muerto, la hermosa señorita seguiría con el juicio, lo ganaría y ese dinero lo donaría a la iglesia (después de todo el cura sabría mejor que yo qué hacer con esa fortuna), junto con otra carta mía escrita en mi Olivetti y firmada de puño y letra para que fuera más emotivo, ¿se entiende? Mi nombre quedaría para la historia. La hermosa señorita de la cruz en el pecho se llevaría su parte, por supuesto, con eso podría pagarse sus estudios de actuación y en un futuro, ya famosa, representaría mi historia. Y yo me habría librado al fin de la mía (de mi cruz, claro).

–¿Ey, señor, decide qué va a hacer?

La oficina de repente se había convertido en un bullicio total, la cola que se había formado detrás de mí llegaba hasta la puerta. Medio atónito, le saqué a la señorita mi escrito y salí disparado. No podía perder tiempo, debía ir derecho a elaborar mi plan. Corría y corría sin detenerme. Era una tarde de mayo maravillosa, con un sol resplandeciente que en mi carrera me enceguecía, era como una luz poderosa que me indicaba el camino. La luz seguía y seguía, se hacía cada vez más intensa, poderosa.

Vaya poder el de la luz. No vi al maldito auto.

Y aquí estoy, junto a la tía Soledad, aunque ya no solo. Mi herencia fue a la iglesia, más o menos como lo había pensado en mi plan. Y mi nombre... bueno, no habrá quedado grabado en la historia pero que salió en los diarios, salió en los diarios. Después de todo, era una decisión tomada.

©2008 FABIANA FV

23 abril, 2008

La fiesta

(VERSION LIBRE ACERCA DEL NACIMIENTO DE EROS)

Estaba la Carencia recorriendo los rincones de la casa en busca de las sobras de la fiesta que los dioses habían dado en honor a su anfitriona, la Belleza, cuando encontró tumbado en el patio al Recurso, quien descansaba luego de tanta bebida y jolgorio. Ante tal descuidado aspecto, la Carencia creyó que había hallado al fin a un compañero para su pobreza y, sin dudarlo, deseó tener un hijo con él. De esa unión nació Eros, el Amor, que brotó mágicamente de un huevo, en medio de la oscuridad de la noche.


Recorrió Eros el laberinto de la vida con sus encantos agridulces, encarnando el impulso creativo de la naturaleza, la luz responsable de la creación y el orden de todas las cosas del universo.

Un día, Eros conoció al Alma y, sin poder resistirse a su hermosura, la amó profundamente. Concibieron una hija a la que llamaron Placer.

Desde entonces, el Amor y el Alma, quedaron unidos para siempre.

©2008 FABIANA FV